LOS ANGELES/LA OPINION — “Quiero que escriba que maté a cuatro personas, que estrangulé a mi hermana, que cuente mi historia para que los chamacos que están en las correccionales se den cuenta de que esto no vale la pena y que estar aquí es estar muerto en vida
El 28 mayo 1984, cerca de las nueve de la noche, Mauricio Silva tocó el timbre de la subestación del Sheriff de Templenton, Condado de San Luis Obispo, y se entregó. “Maté a tres personas” declaró con sangre fría a la agente Marie Jones, que estaba de turno.
Llevaba la pistola calibre .22, con la que días atrás le había quitado la vida a Walter Sander, un joven de 16 años y a Monique Hilton, una muchacha que pedía aventón en el Boulevard Santa Mónica. También tenía la navaja con la que había acuchillado a su media hermana, Martha Kitzle, a quien primero estranguló.
Casi sin tomar aliento, el mexicano Mauricio Silva, reseñado entre los criminales más sanguinarios en la historia de California, habló para La Opinión, en una entrevista donde sus palabras parecían amontonarse en su boca, como queriendo abarcar en unos minutos los detalles de su trágica historia, de sus crímenes y de la manera en que se prepara para enfrentar la muerte.
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